sábado, 21 de mayo de 2011

This time for Amsterdam

Antes de empezar no me queda otra que pedir disculpas por este tiempo sin actualizar, pero es que la vida Erasmus es más que ajetreada.

Como dije en la anterior publicación, Galway Vol. II prometía y ahora que ha pasado el tiempo, puedo asegurar que cumplió con sus palabras.

Ya reservado en Galway Vol. I, todos los Erasmus, o la Erasmus family o los Internacionales, como nos llaman/llamamos, emprendimos rumbo a Ámsterdam (Holanda), un vuelo bastante baratito y donde conocimos la compañía de vuelos nacional de Irlanda (Aerlingus), muy buena por cierto, pero difícil de repetir con ellos, puesto que ese vuelo fue pura casualidad que costase tan barato, suelen ser bastante caros y Ryanair siempre se preocupa bastante porque los suyos lo sean más, cualquier día volarán sin alas, sí, pero lo que viene a ser en precios, no hay quién les gane.

Cuando llegamos allí, creo que todo el mundo pensamos lo mismo, ¿Por qué no me vine de Erasmus aquí? Os explico:

Cuando aterrizamos miramos precios, sí, seguían siendo más caros que en España, pero mucho más barato que Irlanda, todos los días íbamos a un supermercado, comprábamos para comer, primeras marcas y todo bastante barato. Además, había dulces y tonterías para picar por doquier, sitios donde comer bien y, lo más importante de todo, ¡¡¡VENDÍAN TOMATE FRITO!!!, ese gran desconocido para los irlandeses y que tanto añorábamos nosotros, así que, obligatoriamente, una noche cenamos macarrones con tomate.

Algo bastante característico de Ámsterdam son las infinidades de canales que tienen, preciosos todos y provocadores de unas fotos preciosas y vistas al atardecer que quedarán en mi recuerdo, pero como bien sabéis, a Ámsterdam la gente no va para ver canales...

He de decir que sí, fumé porros, pero no era la intención de mi viaje, mi intención era querer volver a Ámsterdam, cosa que pocas ciudades tienen, pero Ámsterdam sí, así que me dediqué con mis compañeros a rastrearla como si del Profesor Laytton se tratase. El Palacio Real, la casa de Ana Frank, los museos (que por tiempo no me dio tiempo a entrar), ocho millones de bicicletas y un banco llamado Rabobank son cosas que deben ser visitadas.

Como ya dije arriba, Ámsterdam es una ciudad que se caracteriza por la legalidad de algunas drogas que se pueden comprar en tiendas o en los famosos Coffeeshops, que, aunque no sea lo mejor del viaje, es un gran reclamo turístico y, por qué no decirlo, una forma de pasar una tarde bastante graciosa con tus colegas, aunque hay que saber que Ámsterdam no es solo eso y que pasar una tarde en un Coffeeshop no es la mejor forma de invertir el dinero en la ciudad, puesto que hay grandes cosas que ver.

Otro de los reclamos turísticos de la ciudad es el Barrio Rojo (The Red Light District), donde señoritas de la buena vida se exhiben tras escaparates para que el  Forever Alone de la ciudad tenga un rato de algo más que compañía. Hay que decir que decir que el Barrio Rojo no es como lo pintan en las películas, las tías no son como salen en las películas y algunas, la gran mayoría, llegan a provocarte un sentimiento entre pena y vergüenza ajena.

Por último lo más importante, y por lo que sé que ese viaje será irrepetible, la estancia. Todos los viajeros cuando llegan a una ciudad suelen hospedarse en hoteles, hostales o, para los más pobres, albergues, pero nosotros no, nosotros fuimos a la aventura y ¿qué se necesita para una aventura?... sí habéis respondido una brújula y una cantimplora estáis equivocados (sobre todo porque no cabemos en una cantimplora), la respuesta correcta es "un barco".

Los cuatro días dormimos en un barco con capacidad para treinta pasajeros y espacio para quince, un poco claustrofóbico, pero muy divertido, puesto que un espacio tan reducido te da todas las oportunidades para conocer tanto lo mejor, como lo peor de una persona... también cómo llegar a odiar una canción francesa llamada La corrida.


Sé que entre el tiempo y las lagunas provocadas por algunas sustancias estupefacientes no me hacen recordad muchas anécdotas, solo pocas más como por ejemplo "cómo se llama la ciudad de los gatos (Michigan) o el país de estos (Miauritania)", también cómo NO quitarse una moneda de veinte céntimos de la frente.

Sea como sea, no puedo decir que es inolvidable, porque Ámsterdam en sí hace que te olvides de algo para que tengas que volver.



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